Desde hace unos días venía pensando en la muerte. Primero fue Roume y sentí el golpe. Es que uno pertenece a una generación que no sólo lo admiró, sino que también lo conoció porque pasó por todos esos paisajes camperos llenos de cardos y soledad, gauchos en problemas, hermosos ¡muchos y hermosos! caballos libres y alguna guitarra. Por eso el golpe de saber (de entender) que no lo tendremos más a mano, como pasó en Frontera. Luego fue Arturo Soria. Claro, es probable que no lo conozcas, que no sepas que fue un gran dibujante tucumano. Que se quedó en Tucumán y fue maestro de muchos y fue bastión y refugio y viejo maestro de esa gran horda noble de dibujantes que es la Unhil. Pero, más aún, quizá ni sepas qué es la Unhil. Qué pena.
Con Antonio Presa, Cacho Mandrafina, César Carrizo y Mallea, en Frontera, 2005. También en Frontera, con Carlos Roume y Lippe Mendoza.
La
Unhil es un grupo reunido por el amor al dibujo. Hace muchos años que están juntos y hacen historietas, caricaturas, revistas, libros, muestras y el Tintanakuy. Hay muchos corazones ahí valiosos como pocos que yo haya visto en el mundo. Gracias a ellos, muchos porteños culiados y otra gente del mundo conoce mejor Tucumán. Yo no intereso, pero muchos otros, legiones de dibujantes de todas partes han podido compartir con ellos rutas y eventos del país completo y aún más allá: Bolivia, Cuba, Uruguay... En todos esos días una perla brillaba entre nosotros. Un alma inocente, un barbudo con pelo libre, gordito y puro como una perla. Lleno de música siempre y que ametrallaba su humor en cada frase, cada instante. Ese humor plagaba todo, su arte, su música y estaba siempre también en su corazón y su mano abierta para ayudar al amigo a estar mejor. Eso era: el Oso nos hacía sentir mejores. Se llamaba
Juan Emilio Rossello y le decíamos el Oso y desde hace unos largos y extraños días ya no está más. Enseguida de la partida de Don Arturo, el
miércoles 14 el Oso tuvo un accidente absurdo y se fue, así nomás. Así de simple y de inexplicable. Como dijo Laureano, si pareció un chiste de él.
Junto a Elsa Sánchez de Oesterheld y con Alcatena en el Tintanakuy de Tucumán.
Pero no. Ya no es un chiste porque se nos fue el primero. De eso charlábamos el otro día con Gervasio. Ninguno de los dos quería mencionarlo por teléfono (los teléfonos ardieron ese día, ninguno podíamos explicárnoslo): ¡Es el primero de nosotros! El primero de una cofradía invisible, sin nombre, de la que formamos parte muchos: los
Aquelarre de San Nicolás,
Ale Farías y su Dies Mercuri, Graf, Álvarez y Lizarzuay de Zárate,
Max Aguirre, y todos en
Loco Rabia, el Círculo del Cuadrito mendocino, los rosarinos Sandler y Koza, los bolivianos de Viñetas con Altura, los
Belerofonte de Uruguay, la misma Unhil y tantos otros que ahora no nombro. Ale Farías, Max Aguirre y yo que quisimos viajar, no hubiéramos podido llegar a Tucumán para cantar una canción junto a la tumba del Oso. Eso no lo vamos a olvidar. Pienso en
Leo Sandler y Luisito Guaragna que ahora están lejos en Europa y que un día volverán a visitar y el Oso ya no va a estar, cuánto dolor. Cuánta tristeza tendremos cuando nos juntemos y nos demos cuenta de que el Oso ya no está más. Se nos fue el primero, uno lleno de vida, juventud, humor, talento. Un tipo que nació y murió con la primavera, siempre floreciendo. Ahora es tan difícil pensar, tan difícil sacar conclusiones de algo tan absurdo como la muerte absurda de un amigo.
El Oso en Morón, en La Productora, y un almuerzo cuando la Unhil hizo la muestra en el Cabildo de Buenos Aires. En todo esto pensaba yo el otro día antes del miércoles 14. Pensaba en qué pensará Solano, por ejemplo, cuando piensa que Oesterheld, Breccia, Pratt, Del Castillo y Roume ya no están más. Qué piensa cuando piensa que es el único sobreviviente de aquella hermosa casta de compañeros. Yo no sabía entonces, ahora lo sé. Se piensa, se sabe, se entiende que el hilo de la vida siempre es delgado y que la diferencia entre estar y no estar es fina e inasible como el aire. Y acá también es donde uno percibe bien de cerca no sólo el rostro de la muerte sino la horrible faz del olvido. Porque, claro, vos pensarás que es vanagloria pura la comparación con aquella generación brillante y famosa. No, yo lo pienso como un grupo de colegas unidos por el amor por una disciplina, un grupo de amigos laburantes. Y ahí es donde la muerte pero sobre todo el olvido nos iguala a todos: ¡no escuché a nadie en la radio hablar de Roume! Ni de Soria, ni del Oso. Solo caben ahora en unas pocas cabezas y corazones. He ido a dar clases, a comprar el pan y el vino, festejé el día de la madre y a nadie pude hacerle entender lo que en estos días hemos perdido. Es duro querer tranmitir y no poder al contarle a alumnos, a colegas jóvenes, a la gente común de acá y de allá que algunos tan importantes como ellos se nos escaparon. Pues ya los han olvidado o ni siquiera conocido.
Una noche hermosa en Tucumán con los amigos, en una despedida del Tinta. Entonces uno se siente tonto, absurdo, chiquito. Ego cero, como dijo el otro día Pablito. Pero desde mi humanidad chiquita te digo, querido Oso, que yo nunca te olvidaré. Por poco y vano que sea, es lo único que te puedo prometer. Luego vendrán las historietas, los dibujos y las guitarras para homenajearte como te merecés. Y a reunirnos con César, Néstor,
Ale, Jorge, Evi, Brunito, Guillermo, Segundo, Rodolfo, todos
los unhiles, los
Tipos Vivos,
Karlitos,
Sejo y todos los tucumanos que te quisieron para compartir su inimaginable sentir de ahora. Pero ahí el dolor vendrá como torrente y sólo vamos a querer olvidar, pero olvidar en serio, la absurda idea de que ya no estás.
Ale Nicolau seguro lo recuerda: el Oso había quemado esta guitarra el año pasado. ¿Por qué lo hiciste, amigo? ¡Adiós y hasta siempre, Oso querido!
Cristian Mallea