Charla homenaje con Elsa y Solano en la Feria del Libro.
Como casi todos ustedes saben, este año -exactamente el 4 de septiembre- se cumplirán 50 años de la aparición de la aventura argentina más alucinante que dió la historieta (y quizá también la literatura) del siglo XX: El Eternauta. Con el fin de homenajear ese suceso -y sobre todo a sus autores, Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López-, Elsa Oesterheld, el mismo Solano, Fernando García y el que escribe nos juntamos el domingo pasado, 22 de abril, en la Sala Julio Cortázar de la Feria del Libro de Buenos Aires. Organizada por la gente del Museo del Dibujo y la Ilustración, la charla sucedió en un gran lugar para discutir sobre el mito del Eternauta y el propio Oesterheld.
Como casi todos ustedes saben, este año -exactamente el 4 de septiembre- se cumplirán 50 años de la aparición de la aventura argentina más alucinante que dió la historieta (y quizá también la literatura) del siglo XX: El Eternauta. Con el fin de homenajear ese suceso -y sobre todo a sus autores, Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López-, Elsa Oesterheld, el mismo Solano, Fernando García y el que escribe nos juntamos el domingo pasado, 22 de abril, en la Sala Julio Cortázar de la Feria del Libro de Buenos Aires. Organizada por la gente del Museo del Dibujo y la Ilustración, la charla sucedió en un gran lugar para discutir sobre el mito del Eternauta y el propio Oesterheld.
Fernando García, Elsa Oesterheld, Francisco Solano López, Cristian Mallea y Martín Mórtola Oesterheld, nieto de Héctor. La sala Julio Cortázar a pleno para homenajear a Oesterheld y su máxima creación.
Con la premisa de intentar armar allí el infinito rompecabezas de una personalidad tan compleja y una obra tan vasta y fundacional como la de Oesterheld, encaré la moderación de una charla que finalmente no necesitó ser conducida de modo alguno. La conversación fluyó como lo deseábamos todos y en ese río de la palabra se armó un rito presidido por Elsa y Solano. Así, el caleidoscopio del Eternauta se presentó en todas sus facetas: la fantástica, la editorial, la premonitoria, la trágica. Como se imaginarán, el resultado fue altamente movilizador. La gente aplaudió, opinó, se indignó, discutió, se emocionó y volvió a aplaudir pero todo transcurrió con altura, profundidad y respeto. A través de anécdotas imperdibles y lúcidos pensamientos -Elsa y Solano son imperdibles y lúcidos- pudimos volver a comprobar que la importancia de la obra y el compromiso total de Héctor con sus ideas no han hecho otra cosa que agigantarse en el imaginario de un pueblo que creció a la sombra de sus historietas y a pesar del horror desplegado por un estado que intentó acallar esas historias desapareciéndolo a él y a gran parte de su familia. De algún modo, pienso que pudimos invocar allí la figura de Héctor entre todos y creo que eso se transmitió a la audiencia.
Elsa Oesterheld y Francisco Solano López homenajeados por Hugo Maradei y Hugo González Castello del Museo del Dibujo y la Ilutración. (Fotos: Marina Losada y Gervasio.)
Como dije en la charla, pienso que la estatura mítica que Oesterheld ha alcanzado, hace que su enigma no pueda ser develado aún. El misterio de su vida y obra quizá lo comprendamos cuando en un tiempo futuro, como su máxima creación, Oesterheld vuelva desde las sombras resignificándose en nuestras cavilaciones acerca de él, cavilaciones que por ahora se me hacen insolubles.
Agradezco a nuestros amigos, los dos Hugos del museo, por habernos brindado este espacio de análisis y resistencia. También agradezco especialmente a Fernando y Martín, nietos de Héctor, quienes, con dolor pero estoicos, miran y oyen como su abuela, con energía arrolladora, se descarna y resurge en cada recuerdo, cada semblanza, cada reafirmación acerca de Oesterhled y su propia tragedia familiar. Pero sobre todo les agradezco a Elsa y a Solano por dejarme estar y permanecer en este cariño inmenso que siento hacia ellos.
Abrazos,
Cristian
Agradezco a nuestros amigos, los dos Hugos del museo, por habernos brindado este espacio de análisis y resistencia. También agradezco especialmente a Fernando y Martín, nietos de Héctor, quienes, con dolor pero estoicos, miran y oyen como su abuela, con energía arrolladora, se descarna y resurge en cada recuerdo, cada semblanza, cada reafirmación acerca de Oesterhled y su propia tragedia familiar. Pero sobre todo les agradezco a Elsa y a Solano por dejarme estar y permanecer en este cariño inmenso que siento hacia ellos.
Abrazos,
Cristian
